sábado, 4 de noviembre de 2017

Lámparas naturales





Hubo un tiempo en el pasado reciente en el que la electricidad no existía. En muchos pueblos y regiones rurales españolas, la electricidad no llegó hasta bien entrado el siglo XX,  y la bombilla, inventada ya a finales del siglo XIX por el estadounidense Thomas Alva Edison estaban aún muy lejos de la España rural de finales del siglo XIX  e inicios del siglo XX.

Por lo tanto, los españoles de aquellos años tenían que buscar remedios naturales y a veces caseros para poder alumbrarse. Las casas, las minas, las cuevas...una ingente cantidad de lugares cotidianos donde era necesario poder alumbrarse de forma estable y segura, y que iban a contar, a lo largo del siglo XIX con los tímidos avances que la revolución industrial iba proporcionando en todo el mundo occidental, dejando atrás las antorchas y velas que habían proporcionado luz a la humanidad desde el inicio de los tiempos.

Con el auge y desarrollo de la industria química y física a finales del siglo XIX, en todos los campos de la vida cotidiana se produjeron avances y dentro de ellos, se modernizaron objetos de uso tan cotidiano como las lámparas para alumbrar, apareciendo así nuevos modelos, como la lámpara de carburo o el famoso quinqué.

El quinqué recibió su nombre del farmacéutico francés Antoine Quinquet a finales del siglo XVIII. El quinqué en realidad no fue un invento de Quinquet, si no una mejora de una lámpara que se introdujo en 1783-1784, la llamada "lámpara de Argand", creada por el suizo Aimé Argand, y que fue el primer salto del tradicional candil usado desde época primitiva.

La lámpara de Argand era un ingenio que introducía en una mecha con petróleo, símbolo de la gran revolución industrial, que, graduándose, daba luz. Unos 10 años después, en torno a 1794, el farmacéutico francés Quinquet adaptaba y modificaba la lámpara de Argand, añadiéndole una chimenea de vidrio con la que fue popularizada.

En torno a 1853-59, el inventor polaco Ignacy Łukasiewicz introduce una variación creando la lámpara de queroseno o parafina, que permitía el alumbrado a través de un sistema de ignición de queroseno, con un moderno depósito de combustible que se cerraba herméticamente, y un émbolo con el cual se bombeaba aire en su interior produciendo elevada presión.

Otro moderno ingenio de alumbrado en el mundo industrializado de finales del siglo XIX fue la llamada lámpara de carburo. Según la mayoría de investigadores, esta lámpara aparece por primera vez en 1892, cuando el inventor canadiense Thomas Willson introduce una de las grandes innovaciones de la revolución industrial química descubriendo el carburo de calcio a través de hornos de fusión. La innovación de este descubrimiento es que, al mezclar el carburo con agua, se producía una reacción química que generaba una llama muy luminosa y daba luz en una época en la que aún la electricidad no estaba extendida.

Poco después, otros ingenieros franceses como Gustave Trouvé en París, y Enrique Alexandre en Barcelona introducen lámparas de carburo y mejoran los ingenios y avances de la industria química.

Poco a poco, y ya en el siglo XX, la extensión y generalización de la electricidad y las bombillas fueron desplazando y haciendo obsoletos estos ingenios que, si bien introducían todas las novedades de la industria química del siglo XIX, dejaban atrás un mundo donde los recursos naturales del siglo XIX irían siendo, poco a poco, desplazados.

Zona de la provincia de Jaén. Finales del siglo XIX e inicios del siglo XX.

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