El comienzo del reinado de Carlos III, en 1759, coincide con una verdadera planificación e impulso de las obras públicas. Así, por ejemplo, en 1761 se dispuso el inicio de las obras en los caminos de Andalucía, Cataluña, Galicia y Valencia, redactándose un año después el "Reglamento para la conservación de los caminos en general" (1762), donde se contemplaba el establecimiento de los peones camineros, cuya función primordial era el mantenimiento en buen estado de una legua de carretera.
Con Isabel II se volverá a impulsar un nuevo sistema de obras públicas estatales aprobándose las "Instrucciones para promover y ejecutar las obras públicas" (1845), donde se promovió la uniformidad (bandolera), evitando todo tipo de práctica inadecuada, y gozando de la dotación de cinco reales diarios, además de la casa habitación que tienen al efecto.
En la sierra norte de Madrid, como herencia de estas políticas camineras desde el siglo XVIII, tenemos aún los restos, mejor o peor conservados de esas casas de peones camineros en los términos de Colmenar Viejo, Hoyo de Manzanares, Miraflores de la Sierra, Gargantilla del Lozoya y Garganta de los Montes.
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